Sin extendernos sobre la dimensión de misterio de la música que tanto ha ocupado a músicos y filósofos (y sobre la que se pre guntan algunos sufíes), bastará con apuntar que la práctica de la música es en sí misma un fenómeno al que los antropólogos no en cuentran justificación con facilidad. Aunque las músicas llamadas funcionales puedan explicarse, el hecho de entregarse a la música pura, fuera del campo de las interacciones sociales, puede parecer una conducta perfectamente irracional. Si bien el habla implica una relación entre dos sujetos (más un objeto de discusión), para el can to basta con un cantante y no se necesita ningún otro elemento ni referente. Ocurre lo mismo en el campo de lo sagrado: aunque es cierto que la religión conlleva ciertos aspectos sociales, la mística y la espiritualidad no tienen ninguna justificación concreta, sino que sitúan al sujeto solo consigo mismo, en relación con lo invisible, lo inmaterial. Su campo es por definición el del misterio. La expe riencia mística, dicen los sufíes, aspira a la unidad entre el conocimiento, el conocedor y lo conocido. Lo mismo ocurre con la música, cuya función primera es unificar al hombre, el objeto y el acto (Zu- ckerkandl, 1973: 24]. Así como lo espiritual remite a lo invisible, a lo esotérico, el oído remite no a lo tangible y lo visible, sino al aspecto impalpable e invisible del mundo (ibid. 70]. Ambas poseen un universo autónomo. Podeis encontrar el libro en el blogg.